
Ahora, los robots necesitan la asistencia de los humanos para mantenerse vivos. Su existencia depende del cerebro superdesarrollado del niño Christopher, mantenido en estado vegetal después de sufrir un terrible accidente en el que murieron sus padres.
Su hermana Michelle (Brown) se opone a someterse al rumbo de la humanidad. Es la década de los 90 y la guerra entre personas y androides ha dejado un saldo de pérdidas en los dos bandos. Los seres autónomos han sido arrojados a un confinamiento de exclusión, pero los humanos han decidido conectarse a una realidad virtual, para que otros seres mecanizados vivan sus vidas.
El futuro apesta en Estado eléctrico, la nueva conceptualización distópica producida y dirigida por los hermanos Russo, encargados de los mega éxitos de Avengers en el universo de Marvel.
De reciente estreno en Netflix, la fábula retrofuturística emplea la novela gráfica homónima de Simoan Stálenhag, para crear una aventura con toques de humor, algo de drama, pero una definición pesimista de los próximos años, marcados por una dependencia grotesca de la electrónica.
Michelle es una chica problemática, que ha pasado por varios hogares adoptivos, pero se ha comportado como una rebelde con causa. No está de acuerdo con el uso abrumador de máquinas y la intromisión de la realidad virtual en la vida de la población. Ella se niega a usar, como sus compañeros de aula en la preparatoria, el casco con el se deben seguir las indicaciones en el aula.
Su rechazo tiene una justificación poco comprendida en ese tiempo, donde el amo de los drones es Skate (Tucci), una especie de rey que se presenta en público como un prohombre dedicado a canalizar el potencial de la inteligencia artificial para beneficio de la humanidad, cuando, en realidad, es un tirano egocéntrico dispuesto a pasar por encima de cualquiera para fortalecer su imperio.
Si bien la cinta plantea interrogantes inquietantes de un universo alterno, su progresión dramática es muy lenta y se respalda demasiado en el asombro de las imágenes. Con un desarrollo de animación de vanguardia, los Russo hacen increíbles representaciones de la realidad a través del imperceptible empleo de las imágenes generadas por computadora (CGI) que vuelven posible la implantación en escena de la más compleja figura recreada.
De esta forma, hay demasiada exhibición de figuras animatrónicas, para mostrar el mundo en su forma depresiva, dominado por los armatostes, pero a través de una trama mínima, en la que se privilegian los diálogos de poca sustancia.
Las escenas de acción, incluso son bastante planas, carentes de tensión. En medio del ruido generado por los robots parlantes y sus enemigos voladores, falta el elemento emocional, pues no hay nada que consiga conectar con los personajes.
Al final se puede apreciar un mal cruce de las series Black Mirror y Love, Death and Robots.
Pese a la popularidad y carisma de Brown y Pratt, su coprotagonista, se extraña una trama más atractiva. Ni siquiera el propósito libertario consigue encender la chispa para manifestar un interés mayor en esta historia de tono familiar y de elevado presupuesto.
Estado eléctrico va a llamar la atención, pero pasará como otra de esas extravagancias escapistas de streaming que van directo al olvido.
@LucianoCampos G