La propuesta original de Stephen King, en su ya célebre novela It (Eso), indicaba que el miedo se alimenta del miedo y crece en dimensión y horror, cuando atrapa al individuo. La idea fue bien explotada con una miniserie de 1990, en la que Tim Curry representaba al grotesco payaso Pennywise, que subyacía en el inconsciente colectivo de una comunidad donde menudeaban las desapariciones de niños.
Ahora, en este drama de terror sobrenatural, el clown regresa para atormentar a una pandilla de chicos, objeto, todos, de abusos en diferentes niveles, que se encuentran en el umbral de la adolescencia, y que materializa, en cada uno, sus peores temores en diferentes manifestaciones. Por presentarse siempre de manera imprevista y sin identificación, a la endemoniada aparición se le denomina permanentemente como Eso.
El director argentino Andy Muschietti enfrenta el complicado reto de refrescar la anécdota, que ha provocado terror durante décadas, y de llenar las altísimas expectativas generadas en torno a este que es el estreno más anticipado del año.
Toda la atención estaba enfocada en el desempeño del nuevo Pennywise, pues el mundo quería finalmente conocer al incubo malévolo. Afortunadamente, el ente macrocefálico y de tez blanca es superado por el conjunto de siete pequeños actores sobre los que se concentra la acción y el drama. Existe participación del colorido ser diabólico, pero no es tan importante como la angustia de los chicos.
Los elementos de King están presentes, en la historia bien elaborada. Resaltan el desdeño permanente de los incomprensivos adultos y los temores básicos de la niñez, como la oscuridad y los conflictos irresueltos que se convierten en traumas permanentemente abiertos, como heridas recientes.
En el retrato que el escritor hace de la vida misma, hay crueldad manifiesta hacia los niños y una pesada insinuación de abuso sexual.
Pese a su impecable producción la película batalla para transmitir la abstracta idea central. La larguísima presentación del conflicto convierte la trama en repetitiva y lenta. Para propósitos narrativos, se muestran cada una de las fobias de los muchachos, que se manifiestan de maneras aterradoras en escenarios cotidianos.
El elenco de jóvenes desconocidos presenta un sólido trabajo. Los muchachos pueden sostener perfectamente todo el peso de la historia, con repentinos cambios de emociones, en situaciones en las que deben reir y bromear para no orinarse de miedo. Bill Skarsgard, integrante de la dinastía de actores suecos, hace un buen trabajo como el diabólico bufón, que utiliza un humor ácido para aproximarse a sus víctimas.
El publico púber, al que evidentemente va dirigida la producción , puede impacientarse al ver cómo se manifiesta el macabro payaso, sin que se aterrice su función en el misterio que los muchachos buscan resolver. Hasta que, ya cerca del final, la verdad es iluminada y ya se puede saber a cuenta de qué se aparecía el monstruo.
Al llevar el desenlace a las cloacas de la ciudad, se presenta una obvia metáfora de las ansiedades ocultas. Entre los pestilentes ductos del drenaje, que son como las emociones sepultadas en el inconsciente, es donde deben resolverse los conflictos espirituales para sanar el alma.
Muschietti no pudo sustraerse a la tentación de los efectos, al recurrir al apoyo permanente de imágenes CGI (generadas por computadora) escalofriantes, ya vistas en otras cintas, que tienen el propósito de generar sobresaltos. Para mantener viva la tensión, hay recurrentes baños de sangre, en los que los muchachos parecen Carrie en su noche de graduación.
De esta forma, el espectáculo hemático termina por desplazar cualquier apunte filosófico sobre los beneficios de enfrentar el miedo, para crecer como persona. Lo que importa es ver al payaso en acción, transformándose y ajustándose a la medida perfecta de cualquier pesadilla, para dominar a sus presas, los adolescentes que lo persiguen para eliminarlo.
It es una buena propuesta de sustos que le gustará a los chavos, que finalmente sabrán de qué historia hablaban sus papás.
Y, por lo que se revela al final, habrá una segunda parte.v