Gran Torino es el epitafio perfecto de Clint Eastwood, un intérprete que le dio lustre a la industria cinematográfica estadounidense y que con este trabajo anuncia su retiro de la actuación.
A sus 79 años está listo para colgar sus hábitos de tipo duro y dedicarse a la dirección cinematográfica, otra de sus grandes habilidades que lo han consagrado como un artista genuino del séptimo arte.
Este último trabajo frente a la cámara es de temática singular, pero no ajena a sus creaciones previas: a través de la exhibición de la violencia muestra su repudio hacia ella, como lo hizo en Los Imperdonables y, más recientemente, La Conquista del Honor.
Esta nueva aventura es una proyección de sus propios temores e inquietudes. Walt Kowalski, veterano de la Guerra de Corea, recientemente viudo, es el mismo Clint Eastwood: los dos saben que están muy próximos al fin de su vida útil y quieren despedirse con dignidad.
La cinta es una obra menor del californiano, aunque no menos impactante que sus trabajos de maestría. Pequeña en producción, con una minitrama que se basa en un incidente y sus consecuencias, y un elenco lleno de desconocidos, permite que el personaje luzca con muy buenos diálogos y una transformación paulatina, que lo muestra humilde, humanizado y fraterno, luego de años de amargura e infelicidad.
Kowalski es un hombre duro, conde-corado por su heroísmo en acción. Al regresar de la guerra encuentra que nadie tiene estima por el sacrificio que hicieron los veteranos en el campo de batalla. Los jóvenes son insolentes y los viejos maltratados.
Ignorado por la sociedad y relegado por el pueblo por el que luchó, se refugia en su casa solariega como un tipo gruñón y reservado.
El viejo antisocial recuerda la mayoría de los tipos duros que Eastwood interpretó en pantalla. Maduro en edad y en su desarrollo creativo, hacía papeles de héroe de acción en cintas en las que mayormente empuñaba una pistola y abatía al mal a ba-lazos.
Del pistolero desconocido de los westerns de Sergio Leone, hasta el nihilista Harry El Sucio, convertido en un clásico de las cintas policiacas, Eastwood se traslada a Kowalski, que es todos ellos juntos, con el mismo sentido del humor y con una noción del honor y la justicia a toda prueba.
Se repite aquí la constante de su dilatada obra: el personaje tiene un oscuro pasado que prefiere olvidar, sufre por el remordimiento de atrocidades que cometió en un periodo oscuro de su vida, es un renegado y busca la redención.
La historia de Gran Torino es simple: una familia de chinos se instala en la re-sidencial de al lado. Una pandilla de su misma etnia los atosiga. El veterano se involucra en el problema cuando los acosadores ponen un pie en su propiedad.
La familia lo observa como un héroe. Él rechaza los halagos, pero se deja convencer por sus nuevos vecinos a quienes convierte en sus amigos y protegidos.
Como ocurre en proyectos personales, Eastwood se da tiempo de acabar con los forajidos y de aleccionar sobre los deberes de la humanidad. En esta historia habla de los efectos devastadores de los prejuicios raciales.
El objeto del deseo de la pandilla es el coche Gran Torino, que mantiene en perfectas condiciones. Al descubrir que uno de los pillos quiere hurtarle su joya, es su propio vecino, decide reformarlo.
A partir de ese incidente nace una amistad entrañable entre el adolescente y el hombre viejo, que intercambian enfoques de vida y se complementan.
Hecha con un presupuesto minúsculo, Eastwood deja como legado la certeza de que pueden hacerse buenas películas sin la necesidad de estridencias visuales, ni sofisticaciones digitales.
Un buen casting, una historia efectiva y un maestro en la dirección son suficientes. v