Arráncame la Vida, basada en la novela homónima de Angeles Mastretta,. es un espectáculo visual de grandes dimensiones, sobre el crecimiento de una mujer en el México posrevolucionario.
La mirada nostálgica que echa el director Roberto Sneider sobre un país que comenzaba a convertirse en lo que fue durante los sucesivos regímenes del PRI, es como un gran cañonazo estruendoso y colorido, con sofisiticación y presupuesto suficientes para enviarla a festivales y exportarla como una cinta folclórica que retrata al México bárbaro de caudillos y caciques que aparecen en los libros de texto.
Pero el enorme despliegue de producción contrasta con la indefinición de los personajes y sus objetivos dentro de la historia.
Aunque la película es sobre el personaje de Catalina, interpretado por Ana Claudia Talancón, es el del general Ascencio, encarnado por Daniel Giménez Cacho, el que conduce las acciones y el que le da destino a todos.
Con sus limitaciones histriónicas innatas, Talancón hace el papel de una mujer voluntariosa, que comienza a crecer al lado del militar. Pero su papel es el de observadora. Tiene percances con enamo-rados y amantes, pero su vida no consigue nunca ser más interesante que la del gene-ral, un rol que está a cargo de Giménez Cacho, que la borra en cada escena.
El no solamente es mejor actor, sino que el personaje de Ascencio es más rico y contrastante, y sus participaciones son las únicas que establecen algunos momentos de tensión dramática de los que adolece prácticamente toda la película.
El personaje del general es de gran atractivo por sus contradicciones. Es un monstruo inescrupuloso y despiadado, un macho sanguinario que se encumbró a punta de pistola. Pero es, también, un tipo encantador, dicharachero y divertido, al que la mujer no se le puede resistir. Ella madura junto a él, hasta mimetizarse en sus costumbres y jugar a la par con la doble moral.
Sneider ofrece un retrato impecable de los usos, costumbres y modas de la época. Pero en el guión que coescribió con la misma Mastretta, se olvidó de darle corazón a la protagonista.
En la novela, el personaje de Catalina pudo tener elementos literarios que la enaltecían por su paciencia, estoicismo y astucia frente al general, pero en la película se le observa con escasa profundidad, tratando de encontrarle una salida a su vida oprimida, con escapadas clandestinas y atrevimientos que la hacían ser una mujer “adelantada a su época”.
Durante la mayor parte de la película, el factor riesgo, que proporciona emoción y detona las acciones, se encuentra ausente. Lo que le ocurre a Catalina es más pintoresco que trascendente. Si consuma o no sus anhelos, no ocurre nada. Es sólo hasta cerca del último tercio cuando surge un interés que compromete su estabilidad y su vida misma.
La presencia de José María de Tavira, cerca del final, oxigena la película, dándole lo que puede ser sus mayores momentos de interés. Pero las propias deficiencias interpretativas del joven coprotagonista, contribuyen a demeritar sus intervenciones.
El muchacho se esfuerza por darle decoro a su papel, pero termina superado por la inmensa producción, que lo empequeñece, y la presencia de los otros personajes que lucen más y mejor.
Finalmente, los momentos de pasión acaban pronto sin haberse desarrollado, más que en escenas llenas de color y pretendida sensualidad. Pero no se percibe dónde estalló la chispa que unió a los ena-morados en ese refocile prohibido de consecuencias insospechadas.
El desenlace anticlimático va acompañado por un epílogo frío, donde no había posibilidad de continuar la historia sin el mejor de sus personajes.
Arráncame la Vida de la idea de una gran producción, dentro de la que hay una película pequeña.