En El Hoyo (The Platform, 2019) el universo es singular: el habitáculo es una especie de prisión vertical con reglas difusas que giran en torno a un cruel sistema de alimentación. En el piso más alto se sirve un banquete, que es hecho descender en una plataforma a lo largo de un foso que hay en el centro, del que se alimentan los internos, hasta dejar las sobras en los niveles inferiores.
No hay reglas claras en la distopia que presenta el debutante director Galder Gaztelu-Urrutia, donde los niveles son una obvia referencia las clases sociales y en los que el único propósito para el subsisten todos ahí, es para la elemental supervivencia.
En el enigmático recinto, del que no se sabe el pasado, ni se vislumbra un futuro, se encuentran personas con nombres impuestos, que establecen un sistema de convivencia en base a la violencia, la dominación o los acuerdos simbióticos. Dentro de este mundo caótico, claustrofóbico y cuadrado, se encuentran un improvisado Espartaco que ha ingresado de manera voluntaria, y que decide romper con la mecánica destructiva que les ha sido impuesta, para pretender democratizar el poder que se concentra en el banquete que a diario baja por el hoyo.
Sin embargo, la empresa parece imposible. Las inercias no pueden ser rotas en un sistema en el que solamente vale obtener comida para no sucumbir a la inanición. Pero en esta frenética variación de normas, entre más se empeñan por avanzar, las personas más descienden, lo que significa que solo pueden acceder a las peores sobras, que dejan los comuneros de los niveles superiores. La esperanza es el peligroso sometimiento.
La cinta estrenada por Netflix, es oscura y contiene numerosas explicaciones. La interpretación personal es obligada. Sin embargo, es claro el mensaje político de la prosperidad en base a la violencia. Los cambios nunca son casualidad, sostiene Goreng (Ivan Massagué), que busca emanciparse del destino fatal al que ha sido condenado, para revertir, en una combinación de fuerza y astucia. Hay privilegiados en los primeros niveles, sin que se entienda porqué han obtenido esas prerrogativas codiciadas.
Aunque el universo es cerrado, las situaciones que transcurren son variadas. La propuesta refrescante tiene una intensa progresión dramática, cargadísima de mutilaciones y recursos visuales de slash, y hasta gore. No se cicla en su propia miseria y se eleva hacia las posibilidades que hay en una sociedad multiétnica, diversa y confrontada por la desesperación y el miedo a la muerte.
La producción es española, aunque recuerda a las cintas asiáticas. Por ahí andan algunos guiños de Snowpiercer (2013) el tren que viaja eternamente con vagones separados por clases sociales en los que, como en este agujero, los estratos menos favorecidos se rebelan para obtener condiciones mejores.
El Hoyo es una inquietante reflexión sobre los pisos en los que se encuentra la sociedad. Los de abajo siempre van a querer ascender, aún a costa de la
@LucianoCampos G