Por Luciano Campos Garza
Iron Man 2 exhibe el papel que le toca jugar a Robert Downey Jr. en Hollywood.
Su lugar es el de estrella incómoda, seguida por una legión de fans, repudiado por su carácter pendenciero, pero adorado por sus poderes magnéticos en la taquilla.
Tony Stark, el magnate que se ciñe el traje de Iron Man, y Downey Jr. tienen mucho en común: son tipos libres, afilados, pero asertivos, su presencia incomoda, pero es imposible ponerlos en su lugar porque son espíritus complejos, carismáticos y seductores.
En esta segunda parte de la exitosa franquicia, el personaje de traje metálico enfrenta un verdadero problema por ser el salvador del universo y entra en un shock de personalidad. Se cuestiona si valdrá la pena ser un reconocido justiciero a cambio de su salud y su vida.
En la encrucijada, el buen hombre elige el deber a cualquier costo. Pero parece que el mundo no se lo agradece porque un enemigo temible, científico superdotado, que juega en el bando de los rudos, tiene un resentimiento personal contra el acaudalado prócer, y está dispuesto a aniquilarlo.
El empresario del ramo bélico tiene sobrados motivos para dejar que el mundo se aniquile. Pero parece que se divierte en su misión vindicadora de la hiperviolenta especie humana.
La primera secuela baja en violencia y sube en reflexión, desciende en acción y asciende en crítica social.
El director Jon Favreau se burla de la carrera armamentista al representar todo el poder de la guerra en un gigoló, absolutamente frívolo, que reduce el negocio de la muerte a una cuestión de guarismos, salpicado con mucho cinismo y un marcado desprecio por la vida, la propia y la ajena.
Stark derrota a sus adversarios en todos los frentes y crea un universo a modo. Con todo el peso de su imperio de destrucción rentabilísima, es como un dios moderno creado por la sociedad del consumo, aparejado con Bill Gates, pero en una versión chic.
Iron Man también se ríe de sus colegas superhéroes, formales y estoicos, atormentados por su pasado, mártires en el linaje directo de Cristo, y benefactores incomprendidos y anatemizados por la civilización que los estigmatiza por extraños. La misión última en la vida del Hombre Araña, Batman y Superman, es dar su vida por el planeta.
El Hombre de Hierro es todo lo contrario, un anti santo, hedonista y disipado como un aristócrata romano, que viste trajes de 5 mil dólares, tiene una colección de coches y un mundo como parque de diversiones.
El contraste no puede ser mayor con su enemigo en turno, un ruso alimentado por el odio, en una metáfora –bastante risible- de la lucha de clases: el lumpen contra el burgués.
Mickey Rourke, es el malvado perfecto. Es un Némesis que se equilibra con su enemigo. Al igual que Downey Jr, también tiene una segunda carrera como actor, luego de su laureada interpretación de Luchador, que le dio una improbable nominación al Óscar y lo regresó del hades histriónico donde de debatía por pésimas elecciones de proyectos a lo largo de 20 años en los que agonizaba entre cintas B y cirugías estéticas devastadoras.
Rourke habla poco y se expresa mucho con ademanes. Lleno de tatuajes, como un pergamino astroso, se ve tan asqueroso y tan atemorizante como el hombre brillante cegado por las emociones, que usa todo su poder para la destrucción de un sólo objetivo, encarnado en un hombre que no debe ser temido.
Iron Man 2 contiene muy buenas escenas de acción que son superadas por un ejército de actores secundarios que se amontonan en la pantalla, sin pretender atención. Es difícil ver en escena a Downey Jr, compartiendo cuadro con Scarlett Johansson, y Gwyneth Palthrow, Don Cheadle, Sam Rockwell, Samuel L. Jackson y Garry Schandling.
Demasiada pirotecnia, aún para una película diseñada para deslumbrar.
Esta es buena cinta, pero es mejor la primera.