
Transformers 3 demuestra que el artificio generado por computadora, ya no es suficiente para sustentar la calidad de una película.
Aunque se levanta este año como una de las producciones más taquilleras de la historia, esta nueva entrega de los automóviles convertibles en humanoides es un enorme desperdicio de recursos, que involucra, en una sola función, un considerable desprecio por la inteligencia del espectador y un desdeño absoluto por la critica especializada a la que le mencionan que vale más el poder de los ingresos que un comentario elogioso.
Aunque el director Michael Bay empuja hasta el extremo la funcionalidad de las posibilidades de la digitalización para crear nuevas imágenes, no consigue consolidar una película que parte de una deficiente historia, que mezcla ficción y realidad, pero que inicia casi en su tercera etapa muy cerca del final y ofrece un concierto de edificios destruidos y explosiones a granel, sin establecer una verdadera conexión entre los seres que luchan por la supremacía en el planeta y los humanos que contemplan, impávidos, la lucha de los gigantes armados.
El protagonista Shia LaBeouf lo dijo con claridad ofensiva: el personaje que interpreto ya no puede dar más. La fórmula se agotó desde el inicio. La caricatura japonesa, que estremeció a los chicos de los 80, con la novedosa fórmula de coches que se convertían en robots gigantescos de forma humana, ameritó una gran primera película que, igual a esta estaba, por entero, sostenida por artificios visuales, pero con un corazón de hojalata, como el de los androides mecánicos.
Ante la respuesta animada del público se hicieron dos secuelas que ameritan premios por el desarrollo tecnológico, pero reproches por su tratamiento.
En esta tercera parte, el protagonista vive como un despojo de la sociedad. El mundo no le reconoce que salvó dos veces a la humanidad y después de entregarle medallas heroicas lo relegó. Ahora, el muchacho busca por tener una vida normal, pero repentinamente se ve involucrado en una trama en la que unos robots malvados conocidos como Decdepticons, quieren establecer su base en la Tierra. Para evitarlo llegan los Autobots aliados de los hombres que medirán fuerzas con sus Némesis… aunque destruyan el centro de Chicago, sin que quede claro quien pagará los descomunales daños masivos.
Por más que Bay pretendió incluir guiños cómicos como los dos pequeños robots mascotas, trasuntos de gremlins, y pretendió darle hilaridad a su carácter principal, la película se diluye en una sosa serie de deliberaciones sobre el futuro de la humanidad, explicaciones, sobre los propósitos de las máquinas malvadas y todo arropado con esporádicas escenas de acción para evitar que el sueño se apodere del espectador.
La galana en esta ocasión es la modelo debutante Rosie Huntington-Whitley, extremadamente bella, pero extremadamente imposibilitada para darle ese nítido emocional, una mínima profundidad a su personaje, que se la pasa tan inexpresiva como un pez, luciendo sus fríos encantos mientras el mundo se desmorona a su alrededor.
Es la suya, una de las peores actuaciones del año y quizás su despedida de las producciones mayores.
Transformes 3 sirvió para hacer millonarios a sus realizadores. Al cine no le aporta nada. v