Gomorra contiene un tufo insoportable de realidad criminal de primer mundo. La película dirigida por Mateo Garrone llega después de la presentación del libro homó- nimo escrito por Roberto Saviano a quien le ha costado, según la leyenda, una sentencia de la mafia italiana por revelar la intimidad de su organización y poner en palabras secretos impublicables de los rituales de capos y soldados del ejército ilegal de la camorra napolitana.
El libro despoja de todo glamour los negocios extrajudiciales que alguna vez Mario Puzzo estilizó en su novela El Padrino, la cual llevó a la pantalla grande Francisco Ford Coppola con unos asesinos vestidos en traje sastre y con el inigualable Marlon Brando como el más sofisticado de los Dones inmigrados de Italia a América.
Gomorra, como película, es la disección actualizada del entramado mortal de los negocios que se mueven fuera de la ley y que se extienden en ramificaciones internacionales, con métodos altamente complejos y actividades inimaginables.
La película es de corte político-social, con gángsters de la vida real. Se mueve en cinco direcciones, buscando abarcar, hasta donde es posible, los vastos negocios de la mafia: se siguen los pasos de dos aprendices de sicarios, un contador que quiere retirarse, un costurero que quiere prosperar, un acauda-lado empresario que busca deshacerse de materiales radiactivos y un chico que ve como opción natural convertirse en pistolero de la organización.
Garrone explora poco la personalidad de sus desconocidos protagonistas y opta por centrarse en el entorno, en los detalles, en el mundo que los rodea y en las dinámicas que se observan en la calle, durante el trasiego, y en el interior de los sórdidos edificios, donde es elaborada la mercancía maldita que inunda las calles de todo el mundo.
El director revela un universo nuevo, inédito para la pantalla grande. Lleva al espectador y lo coloca en el lugar mismo donde se fraguan los operativos de los carteles, ofreciendo una visión muy diferente del negocio del narcotráfico, mucho más coti-diano de lo que parece y también mucho más siniestro.
Más parecida a un documental que un drama, la película es inevitablemente escandalosa, por referirse a un tema actual, como es la globalización del crimen, pero también invita a la reflexión sobre las corrientes subterráneas que se mueven en los mundos sote-rrados que hay al margen de la ley y de los que nadie se percata.
Aunque su factura técnica es impecable, el gran mérito es que el escritor Saviano llegó hasta donde nadie se había atrevido y sacó a la luz, como en un largo reportaje de denuncia, lo que ocurre en las catacumbas de los carteles, lugares a los que nunca acce-derá ningún mortal.
Garrone concluye que el crimen es irresistible, inmenso y universal y que aún los países del primer mundo, como Italia, cobijan a las peores lacras que lucran con el dolor y la muerte, exactamente como lo hacen los matones del subdesarrollo.
Los actores sociales en Gomorra remueven por la vida como personas teme-rarias, desesperanzadas y crueles, sin miedo de perder su alma porque la sociedad, que no les dejó una oportunidad en el mundo luminoso de la ley, se las quitó casi al nacer.