
Con 007 Quantum, James Bond da un cambio definitivo. La pasada entrega de la exitosa franquicia, Casino Royale, es la mejor apareción del superagente británico. Esta nueva del Quantum da un salto arriesgado hacia delante, convirtiendo al glamoroso espía en el más violento de toda la serie.
La razón es por que Bond tiene, ahora, el corazón roto. Y busca venganza.
Este Bond rompe con las convenciones del personaje. No se presenta con el conocido estribillo y se olvida de su clásica bebida. No tiene humor y se olvida de su proverbial ironía. No suelta ningún chascarrillo, ni utiliza sarcasmos. Está decididamente enfadado y fuera de control. Se abstiene de usar gadgets y es más cruel que nunca.
Daniel Craig, bien seleccionado para el papel, hace una interpretación impecable de James Bond del nuevo milenio.
La acción inicia inmediatamente después de donde terminó la pasada entrega. El doble cero emprende una cacería contra los mercenarios que aniquilaron, en la pasada película a la única mujer que ha amado ge-nuinamente, que lo traicionó y que pagó con su vida.
En su misión personal, Bond se mete en problemas y confirma su calidad de indes-tructible. Pero deja un horrendo rastro de sangre. Desquiciado por la revancha, compromete la estabilidad de los servicios secretos de la Corona. Sus jefes lo quieren fuera de circulación.
Marco Foster humaniza al personaje y le da profundidades emocionales que no se le conocían. Pero con ello le desdibuja peligrosamente su aura de heróica, y casi lo convierte en un aburrido policía como cualquier otro. Por vez primera Bond está deprimido y existencialmente desubicado. Su vida personal está en su punto más bajo.
Parece que olvidó que la patente Bond está hecha exactamente de eso por lo que hoy se le extraña. El espía ahora no se involucra con la chica en turno. Ni siquiera la observa con deseo, un detalle impensable para el Bond tradicional.
El director se esmera por presentar una película diferente, con una fotografía exquisita, de cámara que permanece en constante movimiento para seguir las peripecias del escurridizo pistolero.
Desafortunadamente, tiene, como uno de sus puntos más débiles, un villano escasamente atractivo. Mathieu Amalric como el hipócrita ambientalista que busca manipular para su beneficio recursos naturales, no tiene el morbo necesario para hacerlo odioso.
Por otra aparte, el involucramiento de un lío político provoca que la trama se enrede innecesariamente en largas explicaciones de actualidad global, hasta llegar a un final con explosiones necesarias, pero con una larga escena de acción que desmerece.
Este Bond es más serio que nunca y se encuentra en otro nivel dentro de su universo, donde hay malditos que ya no son hombres lisiados y detestables, sino ejecutivos glamorosos que, como él, visten tuxedo y se mezclan en las altas esferas del poder internacional.
Es buena y entretenida, como es la marca del superagente. Pero se queda corta.