Texas es un estado deprimido. La crisis inmobiliaria de la década pasada dejó al estado quebrado y a muchos de sus ciudadanos sin ilusiones.
La vida es terriblemente inequitativa. A veces, es necesario tomar justicia por mano propia. Ocasionalmente, el maldito sistema financiero tiene que pagar por sus atrocidades.
Enemigo de todos (Hell or high water) es un brillante western urbano sobre dos hermanos que han quedado desheredados. Uno es un empleado petrolero sin trabajo, divorciado, acosado por deudas y una ex esposa demandante. El otro, un ex convicto que no tiene nada qué perder.
Los dos tienen qué recuperar un rancho heredado por su madre y sumido en una pantanosa hipoteca. Por ello, emprenden un esquema de asaltos bancarios, en los que se llevan poco dinero, aunque suficiente para ir abonando pagos y saldar la pesada deuda.
El mayor, bandido consumado, sabe perfectamente que, al final, todos los ladrones son localizados. La ley del crimen le ha enseñado que ninguno consigue escapar. Con obstinación suicida, sigue adelante.
En el entorno suburbano, abundan los anuncios de negocios liquidados, propiedades en venta, remates. La recesión ha golpeado a todos.
El drama con emocionantes tintes policiacos, presenta a un par de personas desesperadas que deciden jugárselo todo para ajustar cuentas con un ente extremadamente abstracto, como es el soporte crediticio del país que los han despojado. Su panorama es desolador: la vida los ha convertido en parias.
Habituados a la violencia y a la vida ruda, emprenden un rally justiciero para obtener recursos. A esa altura de su vida, robar un banco no es un pecado, si no un acto de retribución, aunque un poco alejados de lo que socialmente es correcto. Pero la inercia criminal deja damnificados. En un punto, ya no solo infringen los códigos penales, si no las leyes naturales, pues para conseguir el propósito cargan en la conciencia con muertos y heridos.
Texas es un país de gente armada, ejemplo de la cultura bélica nacional. El sur estadounidense es visto por el país como territorio comanche. Lo que se convierte, inicialmente en una serie de atracos poquiteros, se complica al buscar objetivos mayores. En sucursales más grandes, encuentran que prácticamente todos los cuentahabientes cargan pistolas ocultas. Los atracos tienden a salirse de control.
A la cacería de los ciudadanos se une la de un alguacil javertiano, estupendamente interpretado por Jeff Bridges. Fogueado en el contacto permanente con malhechores, es un viejo sabueso que puede anticipar los movimientos de los asaltantes. Próximo al retiro, asume el compromiso como otro más. Son sólo dos muchachos que hacen daños a la sociedad, y a los que hay que detener con inteligencia. Pero el hombre de la estrella no sabe hasta qué punto sus rivales están desesperado, y la clase de moralidad que siguen como un estilo de vida. Subestimar a un criminal, que sabe que cada robo puede ser el último, implica un riesgo potencial.
Con pocos personajes, Enemigo de todos es un intenso recorrido de sentimientos profundos, aderezados con muchos disparos. Hay muy buenas escenas de acción, finamente coreografiadas, pero, por encima de todo, se encuentran los predicamentos éticos y las justificaciones emocionales.
Hay un trepidante desenlace, donde todos tiran los dados buscando el premio mayor o la derrota total. Con los pantalones bien atados, se declaran dispuestos a jugarse la vida y a sacrificarse para llegar a la meta, unos saliéndose con la suya y, otros, haciendo cumplir la ley.
En el epílogo hay una serie de líneas muy intensas y geniales, que confirman que, en tierra de machos empistolados, algunos agravios sólo se lavan con sangre.
Es una película interesante, dinámica y que mueve a la reflexión.