Ángeles y Demonios intenta revelar los misterios milenarios de la iglesia católica y los secretos que se esconden detrás de los muros que rodean al Vaticano.
En su realización participaron los mismos creadores de El Código DaVinci: el escritor Dan Brown, el director Ron Howard y el taquillerísimo Tom Hanks, como protagonista.
La cinta se maneja como una segunda parte de El Código. En las dos se exploran los secretos de la iglesia fundada por San Pedro, con un héroe intelectual, una bella auxiliar que lo sigue en su aventura, y un complot maligno para acabar con el mundo.
En la novela Ángeles y Demonios, Brown repite inescrupulosamente la fórmula de su antecesora y la replica, con Howard llevándola a la pantalla grande.
El resultado es una deplorable película de corte detectivesco, que apela a la curiosidad de los católicos ingenuos que quieren conocer qué hay adentro de la Santa Sede, cómo son sus rituales, el cónclave para suceder al Papa, y otras preguntas que alimentan la imaginación de periodistas, investigadores y fabuladores.
La atracción que el tema ejerce sobre el público es la misma que provoca en los aficionados a los ovnis, fantasmas, dinosaurios y el Triángulo de las Bermudas. Todos buscan alimentar sus dudas con teorías de la conspiración. Brown lo que hace es, en base a su fértil ingenio, descorrer un poco la cortina que hay para dar probadas de la realidad que, supone, contienen los arcanos del Vaticano.
La cinta inicia con la conmoción cíclica que produce la muerte del Santo Padre y las inesperadas consecuencias que trae el acontecimiento. A raíz del deceso, ocurren una serie de muertes de religiosos que están relacionadas con la amenaza de un evento catastrófico originado por una amenaza terrorista.
El único ser en el planeta que puede conjurar el peligro es Tom Hanks, un ca-tedrático de Harvard experto en simbología y en los misterios de la iglesia católica.
Toda la película consiste en ver a Hanks, en Roma, corriendo entre las iglesias, en una carrera contra el tiempo, descifrando signos ocultos en murales, pinturas, estatuas y catacumbas. Mientras se detiene para respirar, el héroe habla y habla, explicándole a sus interlocutores, como guía de turistas, las historias de los lugares que visita.
Los diálogos extremadamente didácticos buscan revelar, de manera casual, las historias oscuras que han permanecido veladas por siglos.
Y mientras el protagonista habla y corre, ocasionalmente aparecen forzadísimas escenas de acción en las que el héroe está en peligro mortal, en situaciones absurdas e increíbles, con los que la película pretende sacudir la modorra que rodea la nada interesante búsqueda.
Howard hace una película grande con una historia mínima. Se privilegian los escenarios sobre la narración y la aportación de datos sobre la acción.
El clímax es ridículo. En la búsqueda de una solución, un hombre con sotanas efectúa una acción espectacular, pero extremadamente truculenta, con la que salva a la humanidad. El costo de la proeza es la negación de la película como un do-cumento fílmico serio.
La tesis final es que incluso en el concilio sucesorio puede haber elecciones fraudulentas y el Papa elegido –cualquiera, a lo largo de los tiempos de la Iglesia- pudo llegar en base al sabotaje.
Ángeles y Demonios muestra cómo, con frecuencia, Hollywood subestima el intelecto del público. Buscando extender una franquicia que fue exitosa de inicio, rumia una trama de difícil realización que se convierte en un enorme fiasco.