Ana y Bruno es mucho más que una película de animación. Aunque parece ser una producción dirigida a los niños, por contener cartoons, la nueva película del mexicano Carlos Carrera es densa, oscura y tétrica, con temas muy adultos.
El mismo Carrera ya había incursionado en el género con anterioridad. Quienes han seguido su trayectoria saben que en 1994 ganó el premio del Jurado de Cannes, con el corto de animación El Héroe que, también, se adentraba en territorios escabrosos, como la depresión, el suicidio y la indiferencia social.
Casi un cuarto de siglo después, el autor regresa a la animación, con un debut de largo metraje que le proporciona resultados altamente satisfactorios, a través de una historia que es pesadillezca, grotesca y brillante, con un tono y look muy similar al de aquella obra breve que le dio fama mundial.
En la adaptación de la novela Ana, escrita por Daniel Emil, los personajes a los que se refiere el título se encuentran en circunstancias especiales. Ana llega con sus papás a un hospital psiquiátrico donde su mamá es internada, mientras el padre se retira, dejándolas en el tétrico lugar. La niña, entonces, tendrá que familiarizarse con una serie de personajes extraños, caricaturizados y divertidos, que habitan ahí. Aunque todos tienen sus propias penas, tratan de divertirse, encontrando sentido a sus singulares existencias. Son monstruosos pero existe un fuerte sentido de solidaridad recíproco, conscientes de que están hermanados por una misma desgracia.
Carrera va deslizando lentamente la narración hacia las revelaciones que son terribles y descorazonadoras. Los misterios comienzan a ser aclarados. La pequeña entiende por qué convive con criaturas que únicamente pueden existir en sueños y cómo es que muchos de ellos son capaces de proezas sobrenaturales, como levitar y esfumarse. Aunque piensa que se está volviendo loca, porque ve seres que nadie más percibe, pronto se da cuenta de que puede habitar un universo paralelo por una condición especialísima en la que se encuentra y de la que no se había percatado. Lo que parecen ser amigos imaginarios, son realmente compañeros de una aventura dentro de un territorio desconocido.
De esta manera, Ana emprende una carrera contra el tiempo, buscando a su padre para que evite que su madre, desamparada, sea sometida a un terrible tratamiento de consecuencias irreversibles. La cinta es un largo trayecto que emprende, mientras va redescubriéndose, hasta aceptar, con tristeza, primero, y luego con valor, una situación que le era desconocida y de la que no puede escapar.
El maestro Carrera crea una aventura visualmente impactante. Evidentemente, la animación 3D empequeñece, considerablemente, frente a las producciones extranjeras de mayor presupuesto y con una definición perfecta. No puede rivalizar con Pixar, Disney, Dream Works o algún otro de los estudios mayores, que cada año deslumbran las carteleras con sus acabados impecables.
Sin embargo, su gran acierto es la originalidad. Es claro el interés del realizador de mostrar siluetas desproporcionadas, pero con una factura única. No opta, como otros estudios menores, por imitar los modelos de existentes. Es sabido que las figuras de Disney han sido copiadas, al ser tomadas como prototipos sus príncipes y princesas. Carrera, en cambio, se arriesga para mostrar sujetos de fisionomía desproporcionada, que consiguen encajar con realismo suficiente en sus personalidades y estados sicológicos.
La aventura termina con vértigo. Hay acción en el cielo, en la tierra y en el interior del hostal, que parece un castillo de los espantos, con un científico loco y Cuasimodos incluidos.
Ana y Bruno es una película que, definitivamente, disfrutarán más los adultos que los niños.