Un joven y apuesto jefe de la mafia siciliana secuestra a una bella ejecutiva polaca. La rodea de lujos en su castillo, la pasea en su yate y la transporta en el jet privado. Le advierte que le dará un año entero para que se enamore de él y no la tocará hasta que ella lo pida.
La historia suena inverosímil, disparatada y trillada. Lo que se ve en pantalla es infinitamente peor.
365 Días (365 Dni, 2020) es una producción polaca porno soft, que se aproxima a 50 Sombras de Grey (Fifthy Shades of Grey, 2015), pero de una manera burda y disparatada.
Massimo (Morrone) y Laura (Sueklucka) conforman una pareja de seres humanos esculturales. Los dos proyectan una belleza de concurso, y la cámara los presenta como seres perfectos, dioses de la creación hechos para el amor. Pero los dones físicos contrastan con su notoria falta de talento, que cargan como una maldición del infierno.
Las actuaciones de este par son penosamente deficientes y las escenas de sexo risibles. ¿Y dónde está la lógica? No existe razón por la que el tipo haya secuestrado a la dama. Solo lo hizo porque su rostro se le apareció en algún sueño y con un chasquido de dedos decidió que quería tenerla y se la llevó a su casa. La chica hace un amago de oposición al deseo salaz de su captor, pero no se ve muy decidida a irse. A fin de cuentas el pretendiente es archimillonario y le da lo que quiera.
La primera parte de esta exitosa presentación de Netflix es una exhibición de bellos escenarios, en la que el violento muchacho comienza a domesticarse, de la mano de la señorita que le da atención y ternura. Luego, en el complemento, la película se vuelve un festival de la carne. Ella cede, encantada con el poder del amante. No reconoce que ha sido comprada. Es impensable suponer que se ha convertido en una prostituta cara. Pero los encuentros son desastrosos, porque la fogosidad que muestran es acartonada. Aunque hay movimiento, encuadres afortunados e iluminación impecable, los apasionados no proyectan nada. Son como dos muñecos inflables que se acoplan sucesivamente, cambiando de posición y cumpliendo sus fantasías.
A lo largo de casi dos horas de narración la historia está detenida en un intento dolorosamente fallido por hacer drama. Solo hay coitos sucesivos y, de esta manera, lo que parecía un intento de relato sobre Eros en los tiempos de la conectividad, con enamorados que están en contacto con el iPhone, se convierte en una repetición de situaciones que conducen a ninguna parte.
Todo es puro Síndrome de Estocolmo, aderezado con toneladas de revolcones y exhibición de piel.
El desenlace sin emotividad, insinúa la culminación de un karma y cierra un círculo. La gran escena, en la que se maldice la suerte, únicamente ayuda a exhibir al actor en su justa dimensión de galán que necesita algunos cursos frente a cámara.
Tal vez, antes de iniciar el rodaje de 365 Días, los muchachos debieron ver al gran maestro Mickey Rourke y a su cómplice Kim Basinger en 9 ½ Semanas (Nine ½ Weeks, 1986), para aprender unas lecciones sobre verdadero desenfreno.
@LucianoCampos G