La estrella en Alicia en el País de las Maravillas es el director Tim Burton. Respaldado por un eficiente casting en esta sofisticada adaptación de la novela inglesa del siglo XIX, el director hace un trabajo maravi-lloso de recreación computacional de un mundo irracional, absurdo, fantástico, al que llega la adolescente Alicia, fastidiada de la realidad.
La novela de Lewis Carroll, adaptada en infinidad de ocasiones para deleite de todas las generaciones, llega aquí en esta versión de Burton que pretende ser la definitiva, tratando de superar la que hizo Disney en 1951 y que es hasta ahora la más conocida de todas las representaciones.
El director norteamericano, a quien se le deben exquisiteces como El Joven Manos de Tijera, Batman, Ed Wood y El Cadaver de la Novia, decidió emprender este proyecto como una obligación. Dedicado a la fabulación de imágenes era necesario que emprendiera el mayor de los retos de su carrera, con una historia de la que se ve, está perdidamente enamorado.
El resultado es mediano con una asombrosa maquinación visual, pero con una historia densa, con algunos pasajes confusos y muy lejos de ser emocionantes. La sensación final es de intrascendencia.
En su presentación estelar, la australiana Mia Wasikowska se esmera por interpretar el reñidísimo papel de Alicia y lo hace con decoro, pero sin deslumbramiento. No puede evitar que Johnny Depp, más popular, más agraciado, defi-nitivamente mejor como intérprete, la supere a lo largo de toda la cinta.
Alicia en el país de las Maravillas relata las aventuras de una soñadora asqueada del mundo material. En un día muy importante, y en presencia de numerosas personalidades, escapa de su realidad a través de un hoyo de conejo en el que cae para emerger en la tierra maravillosa.
La huida por el túnel es simbólica: la chica necesita escapar de un mundo que no la entiende y que amenaza con amputar todas sus ilusiones, confinándola a un aburrido matrimonio sin amor. Igual pudo entrar por el tobogán que suicidarse.
Ya en su nueva realidad, se encuentra con nuevos amigos que en escenarios oníricos, que son como materializaciones de sus angustias y sus más profundos deseos: en este lugar absolutamente todo es posible, lo bueno y lo peor. Pueden teletransportarse, agradarse, empequeñecerse, jugar con el tiempo, desaparecer, reñir a muerte, jugar, ser heroína.
Burton hace con Alicia una travesura personal, presentando su propia versión del clásico, echando mano, para ello, a un presupuesto ilimitado que le permite saciar su curiosidad creativa y su desbordado ingenio con una serie de personajes y lugares recreados completamente con ingeniería digital.
Pero en su visión de sonámbulo sobre exitado, se olvidó del público. Todo el primer acto de la película tiene problemas de progresión. Los personajes fantasmagóricos, simpáticos y atemorizantes, se entreveran sin orden y dan pistas que conducen a la chica a un destino incierto al que el espectador parece no estar invitado.
Ya al final, se revelan un riesgo y una misión de la muchacha y todo se compone con una épica batalla con la que la producción adquiere un cierto aliento épico que le ayuda a llegar apenas satisfactoriamente al final.
Alicia en el País de las Maravillas es una cinta de efectos sorprendentes. Pero la de Disney sigue siendo la versión definitiva.