Periodistas de Nuevo León, A. C. José Alvarado Santos honra los méritos de los colegas con el premio anual Francisco Cerda Muñoz en las categorías periodista del año, medios electrónicos (televisión), medios electrónicos (radio), prensa, fotoperiodista, periodista científico, periodista socialmente responsable y maestro periodista, además de reconocer la trayectoria profesional de periodistas por su constancia en el trabajo periodístico.
En este año 2012 la distinción de “maestro periodista” recayó en quien escribe estas líneas y a pesar de que no me gusta ser llamado maestro sino profesor -porque son muchos y muy altos los méritos para ser considerado maestro- y también a pesar de no ser proclive a esta clase de eventos ni gozar de plena simpatía en la asociación, me hice presente porque una excelente compañera me recalcó que era una grosería no asistir pues mi nominación, validada por el presidente del comité de otorgamiento del premio C. P. Miguel C. Barragán Villarreal, era producto de una mayoría de votos entre quienes han sido mis alumnos desde hace muchos años en las aulas universitarias.
Y acepté encantado de la vida, igualmente, porque todo aquello que gratifica a mi familia y la hace feliz, es bienvenido, además de que me llenó de satisfacción haber sido tomado en cuenta por el presidente de Periodistas de Nuevo León, A.C., Jesús Óscar González Medina, para hacer uso de la palabra ese 30 de enero en la sala polivalente de la Biblioteca Raúl Rangel Frías de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Por tanto aproveché la ocasión para puntualizar el papel de los verdaderos maestros de la práctica profesional, porque la experiencia es la verdadera maestra de la universidad de la vida y a quienes nos toca estar frente a grupo en un salón de clases solamente nos es dado enrumbar una vocación y cumplir con un programa académico y una disciplina interna que nutra de conocimientos al estudiante –y más al estudioso–, así como que fotelezca su carácter con el cumplimiento de sus deberes escolares.
“Pero la teoría es menos relevante que la práctica”, quise subrayar, “pues uno es el deber ser que se aprende en el aula y otro, muy distinto, es el ser -en toda la extensión de la palabra- que se vive en la talacha diaria, porque el proceso enseñanza/aprendizaje es permanente, y no termina nunca, a base de las propias experiencias y al lado de los verdaderos maestros en la profesión, como son los jefes, supervisores y todo el personal con el que se trabaja y fraterniza hora tras hora en la extensión del hogar, que es la empresa o el centro laboral”.
Por tanto, deseo poner énfasis en mi intención de hacer ver la enorme responsabilidad que tenemos no nada más los que por formalismo somos considerados como maestros -cuando en realidad muchas veces apenas somos profesores-, sino también aquellos que en la constancia de su profesión se vuelven ejemplo a seguir, en lo bueno para imitarlo y en lo malo para evitarlo, y más si en la universidad de la vida ocupan un puesto de jerarquía y son guías de aprendices que llegan a competir llenos de entusiasmo por primera vez.
Así es que ahora muchos de mis ex alumnos -que en términos recíprocos fueron también mis maestros porque de ellos aprendí mucho en las aulas- son maestros no sólo por el paso de los años sino por el cúmulo de experiencias de las que beben las nuevas generaciones, de suerte que como maestros de jóvenes briosos han de ser conscientes del papel que juegan en la vida porque lo que hagan o dejen de hacer marcará para bien o para mal a quienes siguen sus pasos en los medios informativos, tal como los padres de familia nos constituimos en los arquetipos de los hijos si sabemos corresponder a las exigencias del entorno.
Es un lugar común exaltar la figura del maestro de escuela y dedicarle en México el 15 de mayo como “su día”, pero ya es tiempo de reflexionar en el verdadero alcance del término y su significado profundo para no manosearlo como lo hacemos con tantas palabras -como amor, amistad, honradez, calidad de vida, felicidad, etc.- a las que despojamos de su entrañable esencia para llevarlas al plano simple de la denominación sin cumplir con su demanda auténtica a la hora de practicarlas. Porque educar a un joven no es hacerlo que aprenda algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía.
Por tanto, esa mañana del 30 de enero, asimismo, quise aprovechar el escenario para evocar la memoria de quienes considero mis verdaderos maestros y pedí que así lo hicieran los presentes, porque yo no voy a olvidar jamás a mi gran tutor Roberto González Acosta (qepd), quien encaminó mis pasos en el mundo del periodismo de house organ al tenerme paciencia en aquellos días de 1965 y 1966 cuando empecé mi vida laboral en la Sociedad Cuauhtémoc y Famosa como ayudante en la revista interna “Trabajo y Ahorro”.
Luego traje a colación los nombres de quienes me formaron en el periodismo de medios masivos a partir de 1972, empezando por Ángel Chávez Córdoba en Tribuna de Monterrey, donde me inicié como corrector de pruebas y meses después como reportero de deportes lo cual me llevó a ser de los primeros en escribir en Regiodeporte. Cómo olvidar las enseñanzas a sangre y fuego del Lic. Abelardo A. Leal Jr. (qepd) en El Norte y de aquel joven que todavía hoy es una chimenea de ideas creativas, Ramón Alberto Garza, ni podré jamás pasar por alto las lecciones de Ángel Quintanilla en el naciente abc de la familia Estrada y mucho menos todo el aprendizaje que pude aprovechar de mi otro enorme maestro de la vida periodística, el Lic. Jorge Villegas Núñez.
Y aunque a muchos les pueda causar sorpresa, otro de mis grandes maestros en el oficio lo ha sido DON -con mayúscula al escribir su nombre y de pie al pronunciarlo- , JULIO SCHERER GARCÍA ya que aunque haya constancia de que ni siquiera me conoce, no puedo negar que su otro gran alumno, Vicente Leñero, me enseñó a admirarlo como el mejor reportero de todos los tiempos en México y el más grande de todos los entrevistadores de la prensa hasta nuestros días. Porque si alguien creía que solamente son maestros aquellos que tenemos enfrente, está equivocado, pues dejar de apreciar las enseñanzas plasmadas en su labor cotidiana y en sus obras como lo han hecho nuestra profesión los grandes escritores que han surgido del periodismo y de quienes hay tanto que aprender, como Ernest Heminway, Rizard Kapushinsky, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y tantos más no por menos famosos menos importantes como maestros de la vida periodística.
Por eso en mi alocución pedí que Periodistas de Nuevo León, A. C. José Alvarado nos convocara, y me apunté en primer término, para honrar, sin celos ni rivalidades entre los medios masivos regiomontanos, a dos verdaderos maestros de la práctica a quienes hay que reconocer sus amplios méritos por lo mucho que han dado a la sociedad: al Arq. Héctor Benavides y al maestro Silvino Jaramillo. El famoso “Güero” ha rebasado ya los mil programas de “Cambios” que en septiembre de 2012 cumplirà 20 años y ha sido un espacio de información, debate y reflexión en torno a temas de gran trascendencia. Por su parte Jaramillo, a sus 87 años, aún sigue tecleando su vieja máquina de escribir y no ha dejado de ser parte de El Porvenir con sus picantes epigramas firmados como “Fray Jeringa” y sus columnas concisas, precisas y macizas. Hay que honrarlos cuantas veces sea necesario, conscientes de que nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ve perdido, como apunta el viejo refrán.
Eso dije ese día del homenaje el 30 de enero, y pretendí rematar con un acento ético al recomendar seguir cuidando el presitigio del periodismo con estricto apego a unas normas elementales que pueden sintetizarse así: 1.- No inventar. Es decir, no novelar, no echar a volar la imaginación (no dar lugar a las “voladas”) porque nuestro oficio/profesión exige la comprobación de los hechos y el aterrizaje forzoso en la realidad. 2.- No difamar, porque si bien es cierto el auténtico periodismo consiste en denunciar y ser voz de los que no tienen voz, la ética exige investigar y presentar pruebas contundentes de lo que se difunde masivamente, pues no olvidemos un dicho sabio en tiempos de la poderosa prensa (antes de la radio, la TV e internet) que es un susurro permanente al oído: “La mancha de tinta no se lava con ningún detergente”.
3.- No insultar, porque caer en provocaciones y rebajarse al nivel del que nos trata mal, es perder el equlibrio y la razón. Por eso pido al periodismo local no olvidar los malos ejemplos, para no repetirlos, de insulto a la inteligencia de las personas como le ocurrió al maestro José Alvarado cuando fue designado rector de la Universidad de Nuevo León en la década de 1960, ni quiero que dejemos de lado los insultos al sentimiento cuando se aplican apodos con los que no están de acuerdo algunos personas públicos, como cuando a nuestro colega y amigo Salvador Pérez Chávez (qepd) una coliumna lo bautizó con muy mala intención como “Salvador Puras Cheves”. Ni en broma debemos salir con estas puntadas cuando son una ofensa contra el destinatario.
4.- No extorsionar ni “cochupear”, que es un término coloquial en nuestro medio para urgir la honestidad al no dejarse sobornar, pues jamás se debe callar por dinero o bien especie aquello que la opinión pública tiene el sagrado derecho de saber, ni se debe tegiversar una información de acuerdo con los intereses del que paga ni mucho menos atacar al que no cae en las redes del chantaje informativo disfrazado de publicidad o propaganda, que el inolvidable Julio Scherer García ha popularizado como “el chayote” periodístico.
5.- No alarmar ni escandalizar con fines de “rating” en los medios electrónicos o de venta de impresos, pues a la larga el sensacionalismo y el amarillismo se volverán un estigma negativo en la credibilidad que es el valor supremo del periodismo.
6.- No invadir la vida privada ni hurgar en la intimidad de las personas cuando sus actos intramuros no impactan su conducta pública, porque una cosa es definir lo que es la importancia de una noticia y otra muy distinta es el interés. La gente puede tener mucho interés de los chismes de los famosos para entretenerse pero el periodista ha de saber que esos chismes no tienen ninguna importancia para las acciones o la toma de decisiones a las que sirven los medios.
7.- Finalmente todo buen periodismo tiene que CONTRASTAR cualquier información, lo cual equivale a presentar todas las caras de un suceso público, ofreciendo la oportunidad de la defensa instantánea o explicación a que tiene derecho quien es objeto de una noticia negativa en los medios. No se puede hacer caso solamente a una versión ni esconderse en la fuente informativa oficial para lavarse de toda culpa si no se le ofrece a la otra parte el tiempo o espacio para decir su verdad, ya que el público receptor es el que tiene la última palabra a la hora de sacar conclusiones, pues el periodista no es juez para condenar a alguien.
Ese 30 de enero me sirvió para estas reflexiones. Y todo por haberme dado la oportunidad de un homenaje y haberme incrustado en la categoría de “maestro periodista”. ¿Eso querían? Si no es así, no me vuelvan a dar la palabra ante tan selecto auditorio. v